El autor intelectual de la controvertida visita avícola se defiende argumentando que existe una relación lógica entre la gallina y la pila de maíz, argumento que considero indiscutible. No obstante, el suceso acarrea una carga semántica que trasciende el conteo de granos de maíz de la obra, el plumaje del ave y la irreverencia del autor. Irónicamente, es probable que esta carga semántica que le sirve de crítica al joven estudiante, sea la misma que inspiró, hace mas o menos un siglo, el nacimiento de los movimientos artísticos que hoy hacen posible que dicha pila de maíz esté en el MAMM y no en corral o una bodega agropecuaria.
Estando casi en el centenario de Fountain obra de Marcel Duchamp de 1917, dónde el artista exhibió un urinario en el Museo de Nueva York, la Gallina visitadora corrobora la importancia del readymade. ¿ Pero podría decirse que el estudiante es un anacrónico? En mi opinión no lo es, y con el respeto que bien merece, no sé si el estudiante es consciente de la asociación que existe entre lo que hizo y el nacimiento de un enorme movimiento hace 100 años. No obstante la vigencia de un acto de ruptura en el arte con un siglo de antigüedad, nos demuestra que seguimos animados por un mismo espíritu y las mismos problemas de creación e interpretación.
Esta anécdota Antioqueña recuerda algunos casos donde la curaduría de arte se ha puesto en entredicho al igual que el valor de la obra misma y porque no, la aprobación del publico “instruido”. El 15 de Noviembre del año 2013 la revista SoHo publicó otro “intrépido” video donde, apoyados en el experimento de una periodista española, introdujeron en ArtBo un cuadro pintado por niños de jardín, mientras la periodista Margarita Posada registraba la reacción de los muy cultos visitantes del salón. Bien, el resultado no podría ser otro, quiénes mas sabían alabaron la pasión, la fuerza, el sentimiento e incluso la técnica del supuesto autor de la obra (ver Un cuadro de kínder en ArtBo).
De manera similar, los afortunados espectadores de la galardonada Intouchables de Olivier Nakache y Éric Toledano, recordarán la secuencia donde Driss, un hombre de origen senegalés y escasa educación, acompaña como ayudante a Phillippe, un millonario con un grave problema de discapacidad, a comprar algunas obras de arte. Driss asombrado por la trivialidad de las obras decide pintar algo similar, considerando que no representaría ningún reto y que podría venderlo en cientos de miles de euros. La situación se torna graciosa, y un poco ofensiva, cuando Phillipe convence a un allegado suyo del talento del artista y la majestuosidad de la obra, logrando el cometido de venderla a un precio que ningún artista Colombiano habrá vendido en muchos años.
Y es que estas reacciones son comunes en la experiencia de visitar un museo en este país. ¿Quién hizo esto? ¿Por qué está esto aquí? ¿No podría hacerlo yo?
Basta recordar los performance de artistas cortándose extremidades, cagando en un rincón, tejiendo bufandas con hilos que salen de su vagina, arrastrando un indigente sobre un lienzo o llenando el piso con una volquetada de Maíz, para preguntarse: ¿Cual es el papel de los curadores en los museos y porqué ellos no entienden que el maíz puede alimentar a una gallina?
Basta recordar los performance de artistas cortándose extremidades, cagando en un rincón, tejiendo bufandas con hilos que salen de su vagina, arrastrando un indigente sobre un lienzo o llenando el piso con una volquetada de Maíz, para preguntarse: ¿Cual es el papel de los curadores en los museos y porqué ellos no entienden que el maíz puede alimentar a una gallina?