¿Alguna vez pensó a que sabría la Torre Eiffel, la Piramide de Keops o incluso Monserrate? Bueno para simplificar, existe una nueva tendencia originada en Francia que ha dado la vuelta al mundo; conocida como ‘Urbanofagia’, esta nueva rama de la gastronomía combina cocina y arquitectura de una manera poco convencional.
La Urbanofagia, consiste en crear una maqueta a escala de una ciudad, y elaborar con alimentos calles, edificios y monumentos. En Colombia se pueden contar con los dedos el número de arquitectos, artistas y cocineros que experimentan con este nueva tendencia gastronómica.
Estos son algunos datos curiosos para los comensales que quieran adentrarse en esta rama de los edificios masticables.
Podríamos considerar padre de la arquitectura comestible al pastelero francés Antonin Carême (París, 1784-1833), que fue cocinero de reyes, rey de los cocineros y autor de los principales tratados de la cocina francesa moderna. Aprendió a dibujar copiando los grabados en los libros de la Biblioteca Nacional de París. Y ahí surgió la idea de trasladar la arquitectura a la pastelería. Si las ‘house’ y ‘castle cakes’ de ‘fondant’se han puesto de moda, sin desmerecer, que tengan en cuenta que eso ya está inventado desde el siglo XVIII. Sus tratados ‘Projects d’architecture’ y ‘Projects d’architecture pour les embellissements de Paris et de Saint-Pétersbourg’, publicados en 1821, así lo demuestran.
Algunos de los postres imaginados por Antonin Carême.
Pioneras arquitectas y cocineras
En España, la pionera en esta disciplina es la gastrónoma y psicóloga del gusto y olfato Alicia Ríos, que ha llevado el arte comestible a las ‘pictofagias’ (recrear obras pictóricas con alimentos) y ‘sostenibilifagias’ (interpretación culinaria de edificios ecosostenibles). Alicia Ríos fundó con la arquitecta Bárbara Ortiz el colectivo Ali&Cia, donde desarrollan acciones performáticas, colectivas y anónimas para recrear ciudades y después fagocitarlas. «Primero hay que seleccionar el trozo de ciudad que queremos comer y calcular qué cantidad de alimentos serán necesarios para cuánta gente y así hacer la escala para que en la maqueta sea todo visible y reconocible. Tenemos que dimensionar las calles y los edificios, diferenciar lo más pequeño de lo más grande», describe Bárbara Ortiz en su vídeo explicativo de la acción ‘Eat London’.
Después del trabajo de alzado y proyección arquitectónica en una maqueta se pide colaboración ciudadana a las comunidades locales: cocineros indios, asiáticos, rumanos, asociaciones de integración a personas con capacidades especiales. Todo el que quiera participar es bienvenido y su tarea fragmentada consistirá en preparar alguna receta tradicional autóctona para después añadirla al gigantesco ‘collage’ de la ciudad. Así se ha cocinado y digerido Madrid, Melbourne, Londres y más recientemente Comer Lisboa en 2015, comenta la arquitecta.
Eating Melbourne, por Alicia Ríos
La arquitecta Patricia Fernández Häring también se ha especializado en arquitectura comestible desde 2012, cuando la crisis arreció en su sector y tuvo que reinventarse en colaboración con Ali&Cia. Dos de sus creaciones efímeras y deliciosas han sido el barrio de Malasaña y el edificio Conde Duque en España.
«Afronto estos trabajos como si fueran un encargo de una maqueta para un edificio, donde solo varían los materiales que ahora son ingredientes. Un puerro puede ser la columna que sostiene un templo, la textura del pan Wasa es perfecta para simular paredes rugosas… Cuando hicimos la maqueta del Conde Duque trabajé con seis cocineros a los que debía transmitir el concepto de escalas. Es difícil explicar el volumen de un edificio cuando solo tienen una parte del conjunto. Así que yo hacía maquetas de papel en casa y se las llevaba para que pudieran trabajar con algo tangible», explica la arquitecta.
Una esquina comestible de Condeduquefagia
La visión de Fernández Häring sobre diseño comestible tiene incluso aplicación práctica en el mundo de los negocios, como el taller de ‘team cooking’ que organizó para una multinacional el pasado enero. Los trabajadores de la empresa aprendieron a manipular esferificaciones culinarias, sin saber qué hacían realmente. Trabajaban ingredientes por texturas y colores distintos, y cuando se puso en común el granito de arena de cada uno, se descubrió el gigantesco logo de la empresa en formato comestible. ¿Moraleja? El trabajo individual es importante, pero el colectivo desemboca en logros mayores.
Esta tendencia aún no se ha afianzado en Colombia esperamos uno de estos días poder darnos un festín mientras nos almorzamos a Bogotá.