Los eventos musicales en Bogotá son cada vez más y de mejor calidad. Son consecuencia de la diversidad colombiana y del desplazamiento interno que tiene a la mayoría apeñuscada en la capital. Hacen parte de iniciativas públicas y del perrenque de los miembros de la industria musical que se empeñan en vivir de un arte que a poquitos les de para ser millonarios.
La historia va así, Colombia es un país de riqueza cultural invaluable. De ahí que tengamos un sinfín de músicas, danzas, pinturas, historias y otro montón de expresiones artísticas. No sabemos bien de dónde viene la energía, pero también abundan las ganas de pachanguear. Entonces el país celebra una cantidad absurda de ferias y fiestas durante todo el año. Paradójicamente, la capital de este jolgorio no estableció a lo largo de su historia una única fiesta que la caracterizara, como sí hicieron Barranquilla, Pasto, Cali y Medellín.
En el 2009, la Secretaría de Recreación y Deporte de Bogotá inició un estudio para mirar qué rasgo de la capital podría destacarse para alcanzar en términos de festividades a Medellín, con su Fiesta de las flores, o a Barranquilla, con su carnaval. Entonces contactó a «consultores expertos»* y así inició la tarea de encontrar fortalezas para posicionar internacionalmente a la ya cosmopolitan Bogotá. Como era de esperarse, el proceso encontró que la ciudad agrupa personas de diferentes regiones que aportan una enorme diversidad a la urbe. En los países en guerra, con un campo olvidado o con ciudades intermedias con pocas posibilidades de desarrollo es usual que el número de migrantes a la capital sea alto. En Bogotá, los consultores expertos de la Secretaría encontraron que ese triste proceso resulta ser también una ventaja (léase acá un tono irónico, no uno entusiasta). El estudio identificó que la ciudad tenía el potencial de ser el centro musical de la nación por «la vitalidad de su actividad musical y la enorme diversidad de expresiones musicales que reflejan su multiplicidad de culturas como capital de un país altísimamente** diverso», como lo enuncia la página de la Secretaría de Cultura.
En el 2010 Bogotá aplicó para ser parte de la Red Unesco de Ciudades Creativas de la Música. En 2012 obtuvo el título y entró a un selecto grupo en el que también se encuentra Sevilla, Bolonia, Glasgow y Gent (en Bélgica). Según informó el periódico El Tiempo, la secretaria de cultura, Clarisa Ruiz, se comprometió a consolidar un sistema de promoción musical con tres líneas de desarrollo principales: fortalecer la formación en este arte en los colegios públicos; apoyar la productividad de los miembros del sector musical en la ciudad y, finalmente, a crear líneas de investigación en este campo.
En efecto, las actividades alrededor de la música en Bogotá se han fortalecido, no es claro si se debe a la medallita que nos dio UNESCO, a los esfuerzos del distrito, o a la tendencia que de todas maneras iba a tener una industria creativa que naturalmente tiende a crecer. El colectivo la Distritofónica y su festival; el sello Festina Lente Discos y su reciente asociación con Matik Matik y Sonalero en el sello MSF; la fundación REMA, el encuentro al inicio del año cuando lo bogotanos están vacacionando en el Festival Centro, los montajes de teatro musical en Casa Ensamble y el Teatro de Bellas Artes de Colsubsidio, junto a la creciente popularidad de los festivales «al Parque» entre otro sinfín de actividades más privadas, menos conocidas o más elitistas forman ya un portafolio suficiente de una ciudad que decidió que su fiesta era de celebración constante y se dividía en pequeños eventos que encantan a los ciudadanos en uno u otro fin de semana según los gustos musicales de una población diversa y, aun así, unida por la cultura.